y comprendí entonces
que querer nada
era incluso peor
que querer(lo) todo.
Querer todo ardía
me instaba a morir
pero a morir con ganas.
Querer la helada nada
sin embargo
era la desoladora espera
a ser encontrado
sin haber(se) perdido.
Y yo,
prefería el finito infierno
a la eternidad del
sereno
tosco
inmenso
sinsentido.
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